domingo, 19 de enero de 2014

No es cuánto te quiero, sino cómo te quiero...

Es fuente de enfados, de discusiones, de decepciones, de frustraciones. Cualquier relación, ya sea laboral, de amistad, de pareja… es asimétrica. Siempre uno de los dos da más, apuesta más, se entrega más, se implica más. Y es complicado comprenderlo, pero cuesta aún más interiorizarlo.
Lo importante es el amor que mueve una relación, y ese, no entiende de medidas. El amor no lleva cuentas. El amor no es matemático ni exacto, sino más bien impredecible y caprichoso. Lo importante del amor es lo que siembra, lo que suscita, y eso no se mide en cantidades, sino en momentos, en sensaciones…
Y en relación a este tema, es importante aprender a no exigir. No puedo esperar que el otro responda como yo lo haría. No se trata de algo tan drástico como esta frase que suelo escuchar: “Es mejor no esperar nada de nadie”. No, no es cuestión de eso. Se trata de algo tan sencillo como entender que existen diferente maneras de ser, de hacer y de querer.
Es cuestión también de respetar espacios, estilos. Es cuestión de dejar que sea el amor el que tenga la primera palabra y la última. Que sea el amor el que hable y calle todos mis intentos de cuantificar, que frene mis impulsos de renunciar a dar todo lo que tengo si no es a cambio de recibir al menos lo que espero.

Porque el amor no es sólo un intercambio. Más que eso, es un regalo. Es algo que he recibido gratis, que no me pertenece. El amor no es algo que guardarse para uno mismo, no. Como bien dice la canción, el amor es "donarse enteramente", sin medidas, sin reservas. 
Y sí, ahí está la gracia del asunto. Amar lo mejor que podamos, lo mejor que sepamos. Sabiendo que mi darlo todo no tiene que coincidir con el darlo todo del otro, y que son las concreciones individuales y las expresiones personales las que le dan vida al amor, energía a las relaciones. Amar a mi manera, aprendiendo a llenarme con otras manera de amar. ¿Dónde se aprende esto?

viernes, 3 de enero de 2014

PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO: ADELGAZAR

SÍ. ADELGAZAR. Perder peso, quitarme los kilos que me sobran, aligerar la carga, para así hacer menos pesado el camino. Despojarme de aquello que no me deja avanzar o que, aparentando ser una ayuda, es más un lastre.

En el día a día hay muchas cosas que me “facilitan” la vida, me la hacen más cómoda, y quizá también con ello, menos vida. Convierto en necesidades cosas que deberían ser sólo un complemento, poniéndole con ello más peso a la mochila. Si algo me enseñó el Camino de Santiago es que lo importante no es lo que va dentro de la mochila, sino lo que se va tejiendo por dentro. Y que es lo que va en la mochila lo que impide hacer camino por dentro.

Y así, también en la vida. Y las cosas no son lo único que pesa. Pesan los sentimientos y las actitudes. Pesa la insatisfacción, el tiempo perdido y la pereza. Pesan las palabras no dichas, los compromisos no cumplidos y los asuntos no cerrados. Pesa la indiferencia, la desgana y el desánimo. Pesa la falta de autocompasión, de autoperdón, el no aceptar de vez en cuando una dosis de fracaso. Pesa todo aquello que pone obstáculos al crecimiento, zancadillas a la verdadera alegría, trabas a los sueños.

Así que sí, adelgazar es lo que quiero, pero no por estética y de cara a la galería, sino por salud (propia y ajena) y de cara a una vida entregada. Y una vez más delgada, con la mochila menos llena, compartir dieta con otros: adelgazar sus cargas y sus problemas, ayudar a cargar historias (la mochila entre dos siempre pesa menos).

Que lo que me pese sea la alegría y el amor, que me pesen tanto estos dos que no tenga más remedio que compartir esta “carga”. Vaciar la mochila para llenar el corazón, los corazones.