Es increíble cómo las historias
de la gente pueden tocar lo más profundo de la propia vida, trastocar las
propias convicciones, hacer tambalear los cimientos y las seguridades.
Durante estas últimas semanas he
tenido la oportunidad de mirar dentro de mi corazón y reconocer a esas personas
que me cambian la vida, que me han hecho ser lo que soy, que me empujan a
seguir realizando mis sueños y me acompañan en mis proyectos.
Pero lo que ha sido un verdadero
regalazo la semana pasada, sin duda, ha sido poder entrar en ese terreno
sagrado que son sus vidas, sus historias, sus sentimientos… Como dice uno de
ellos, entrar en esa caja fuerte en la que uno guarda lo más íntimo, aquello
más difícil de compartir y descubrir.
Y tener la llave que abre esa
caja fuerte me genera dos sentimientos. Uno, es el de responsabilidad. Responsabilidad
por saber acompañar sus vidas, sus momentos, sus dudas, sus caídas…
Responsabilidad por saber responder, por aportar algo a esa vida, por intentar
devolver algo de todo lo que recibo en tantos sueños compartidos.
El otro sentimiento que me surge
es de agradecimiento. Por la confianza puesta en mí. Porque los proyectos
compartidos y la vida puesta en juego, al desnudo, con el alma al descubierto,
enriquece. Enriquece mucho el saberse acompañante y acompañada en lo profundo,
en lo esencial, en un mundo en el que parece que se invita a que cada uno haga
su camino sin contar con los otros.
Me siento muy afortunada. Y he de
decir que siento que esos encuentros me han llenado de vida, de esa vida que se
toca en los pequeños detalles, pero que motiva grandes actitudes. Que se
construye en lo pequeño de una charla delante de un café, pero conduce a nuevos
caminos. Que surge en lo cotidiano de una conversación, pero hace crecer la
empatía.
No sé. Sólo soy consciente de la
importancia de esos encuentros al lanzarme al dejarlos reflejados aquí. Sólo
así, me doy cuenta de que esos encuentros han supuesto un cambio: no es algo
grande, quizá no es algo excesivamente palpable, quizá no llegue a suponer
ningún cambio evidenciable. Pero sé que me ha hecho re-plantearme, re-pensarme,
re-sentirme, re-soñarme.
Es complicado explicar cómo esos
encuentros y esas confidencias me han encendido por dentro y han despertado un
“yo” que no se conforma, que no quiere acomodarse a lo fácil, que quiere tomar
decisiones desde el encuentro con Él y con los otros; sabiendo que la vida se
juega en lo pequeño, en los pequeños, “en
el diálogo sincero de corazón a corazón”.